1. Era el verano de 2009. Siguiendo la insistencia machacona de mi
querida madre, por fin me dispuse a efectuar la tanta veces recomendada lectura
de Cien años de soledad, con un poco de vergüenza por no haberla
acometido antes a pesar de estar a un paso de ser filólogo.
En esa primera lectura veraniega me
cautivaron absolutamente las vicisitudes de la familia Buendía, pero me quedé
con la duda de si dicho encanto me lo había producido el estilo de García
Márquez, esa obra en concreta o esa fusión de cotidianeidad y sobreanaturalidad
que compone el realismo mágico. Sea como fuere y con la excusa de hacer un
árbol genealógico de los Buendía que no había realizado en mi primera lectura,
el estío sucesivo volví a adentrarme en las páginas de la excepcional novela.
Allí, recordando lo leído antes de mi año académico italiano, gocé
absolutamente de esa atmósfera única de Macondo, de los dislates imaginativos
de José Arcadio Buendía, de la pasión oculta entre Amaranta Úrsula y el último
José Arcadio, o de mi queridísima y sagacísima Úrsula Iguarán. Ellos y, por
extensión el genial García Márquez, me agasajaron con unos geniales momentos en
el verano más triste de mi vida.
Tal
vez por ello recibí ayer con gran pesar la noticia del fallecimiento del autor
colombiano. Sin embargo, quedémonos con una mirada positiva: como el mismo Gabo
sentenciaría: “no lloremos porque pasó, sonríamos porque vivió” y porque nos
obsequió con excepcionales creaciones que están esperándonos para
proporcionarnos placer.
2 2. Sé que leído en forma de titular puede parecer uno de mis
dislates, pero si esperáis a leer la entrada completa, veréis que no estoy tan
desencaminado afirmando que el Atlético
de Madrid de Simeone es el Lazarillo del siglo XXI.
Como primer punto de analogía, cabe
destacar la revolución que supone su aparición: el Lazarillo de Tormes
supone la inauguración de la novela realista en un mundo dominado absolutamente
por el relato idealista, mientras que el Atlético de Madrid constituye el
lanzallamas que va a acabar esta temporada con la tiranía dicotómica del siglo
XXI entre Real Madrid y Barcelona.
En segundo lugar, los yuxtapone su
procedencia y filiación: mientras que el de Salamanca es nacido dentro del río
Tormes, el de Madrid es crecido a orillas del Manzanares.
En tercer lugar, no se puede soslayar la
proeza que suponen ambas victorias: el salmantino logra imponerse merced al
trabajo ante unos patrones cuya aspiración es perpetuar el modelo feudal
imperante en el momento, mientras que el madrileño con un tercio del presupuesto
de los dos gigantes ha logrado eliminar al Barcelona de la Copa de Europa y
sacar más de tres puntos a ambos en liga a falta de cuatro jornadas a base de
idéntico argumento.
Por otra parte, tanto el del siglo XVI como
el equipo del XXI basan su éxito en la lucha constante y en una fuerza de
voluntad solo al alcance de héroes. Y, precisamente por eso, son también
análogos en cuanto a sentimiento despertado. Evidentemente, tanto Lázaro de
Tormes como el Atlético de Madrid comienzan a granjearse enemistades desde el
momento en que el éxito llama a su puerta, pero entre los lectores y los
seguidores futbolísticos imparciales, ambos se grajean por igual ese cariño que
solo se ganan los débiles.
Por lo que a mí respecta, no puedo decir
que el Lazarillo sea mi obra favorita, pero sí desde luego la más leída
y probablemente la más veces nombrada, mientras que el Atlético de Madrid,
Simeone y su hinchada conquistaron para siempre mi corazón el pasado nueve de
abril cuando, ante mis ojos, en el Vicente Calderón se declaró oficialmente el
estado de felicidad, de la misma manera que debió haberlo declarado Lázaro a
setenta kilómetros cuando logró que nadie vendiera vinos en la capital si él no
los pregonaba.
Sí, definitivamente el Atlético de Madrid
puede ser el autor o el reeditor del Lazarillo porque nadie entiende
mejor su espíritu, y Lázaro puede jugar de delantero en las filas colchoneras,
pues su brega es idéntica a la de los once davides rojiblancos.