1. En el interregno que separa mis últimas siete semanas con actividades culturales y excursiones, y la próxima avalancha de grupos PONS con ansia de ciudades, aprovecho para despedirme de vosotros por medio de esta entrada y desearos un muy feliz verano de trabajo, de descanso, de éxitos o de todo aquello que deseéis.
Una de las novedades en estas semanas pasadas en las que me vi prácticamente sin tiempo para respirar, fue que finalmente pude presentarme a las oposiciones de Profesorado de Secundaria en Zaragoza el pasado 21 de junio. Era un sábado, de soporífero calor en la ciudad maña, a la que yo llegaba una década después con ojos completamente diferentes a aquellos con los que columbraba la ciudad y mi futuro diez años atrás. La tranquilidad con la que me presenté a la referida oposición no pudo ser mayor.Tener bastante trabajo en Enforex por delante, saber que donde realmente me jugaba el año y el orgullo era en el examen de Pericia Caligráfica dos días después, y viajar con la mente a Segovia y Ávila, donde tendría excursión con un grupo magnífico al día siguiente condicionaba que fuera con una relajación admirable, pero, si bien este es un valor positivo para una prueba semejante, no lo es todo. Me ayudó notablemente en la primera prueba de carácter práctico, pero no es así en la segunda, donde, al salir temas que no había preparado, me vi obligado a hacer un ejercicio de relación con otros temas que sí llevaba estudiados.
Seis días después, el viernes 27, me tocó ir de nuevo a la ciudad maña; esta vez para leer lo que había escrito. Me animaba esa idea que he tenido en toda mi vida académica de que "más importante que la belleza del niño es que vaya bien vestido". Sabía que leer el tema en lugar de dejar que fueran los miembros del tribunal los que lo hicieran me ayudaría. Sin embargo, como es lógico, la lenidad que caracteriza a la vida académica española no hizo gala en las oposiciones, y ahí acabé mi participación en ellas. No obstante la lógica e inicial decepción, debo ver el lado positivo: di un pasito más respecto a la anterior convocatoria leyendo el tema y seguí ganando experiencia para cuando lleve más temas preparados o los astros jueguen más a mi favor.
2. Una de las novedades más significativas que me comportará la llegada de estos próximos grupos italianos a Salamanca será mi estreno como guía turístico en Valladolid, una ciudad a la que no tenía tanto cariño como a otras castellanas, cual León, Segovia, Ávila o, por supuesto, Salamanca.
Sin embargo, he de decir que estuve el pasado domingo formándome y, si bien Valladolid carece de esta belleza sublime de Salamanca, de ese recogimiento místico de Ávila o de esa soberbia y esbeltez segoviana, no faltan tampoco rincones maravillosos. No obstante, en el deseo de acercarla a un grupo de adolescentes extranjeros, y sin desdoro de sus bellos edificios como las portadas de San Pablo o San Gregorio, me parece mucho más fascinante proponerla como una ciudad imprescindible de personajes; una de las tres únicas ciudades que ha sido capital de España, junto a Madrid y Toledo; la ciudad donde nacieron reyes tan importantes del Siglo de Oro español como Felipe II o Felipe IV; la ciudad donde murió y estuvo situada la primera tumba de Cristóbal Colón, y, cómo no, una de las principales ciudades a nivel literario, ya que Valladolid fue ciudad residencial de Cervantes en los años en que salió publicada la primera parte de El Quijote, amén de la ciudad natal de José Zorrilla y de Miguel Delibes.
A propósito de la ruta allí realizada y de las continuas alusiones a El hereje -que se desarrolla en las calles de Valladolid-, me he metido esta semana con la lectura de La sombra del ciprés es alargada como primer acercamiento a la extensa obra novelística del autor pucelano. Se trata de una obra en la que Pedro, el chaval abulense protagonista, nos refiere cómo pasa su juventud en la casa de don Mateo, un preceptor que a cambio de dinero se encarga de la manutención y de la formación de algunos chavales huérfanos de la ciudad.
La mayor parte del relato trata acerca de las vicisitudes de la familia donde vive Pedro, así como de las relaciones entre los chavales allí presentes. Sin embargo, en las pocas veces que se alude a la ciudad donde viven, es indisimulable el cariño que siente Delibes por la ciudad de Santa Teresa, una ciudad en la que cuando nieva los copos se posan "sobre la plaza o sobre los álamos con una lenidad de caricia", y en la que cuando sale el deseado sol primaveral hasta "las piedras amarillas de los vetustos edificios parecen reaccionar alegremente al contacto de la brisa templada". Sin duda, como diría mi abuelo, hay dos cosas que no se pueden disimular en esta vida: el amor y el dinero.