1. ¡Quiero que España no gane este mundial!
Sé que, queriendo como quiero a mi país y placiéndome como me plae el balompié, esta aseveración puede resultar harto extraña. Por ello en líneas sucesivas intentaré argumentarla en el deseo de mover a la reflexión antes de ser denostado por mis conciudadanos.
Nadie deseaba tanto como yo en aquel ya remoto 2008 que Cesc Fábregas marcase ese decisivo penalti ante Italia que nos daba el pase, por fin, a unas semifinales de un gran torneo futbolístico más de cuarenta años después; el corazón de ningún español latía más rápido que el mío cuando aquel 29 de junio Fernando Torres marcaba el gol ante Alemania que nos proclamaba campeones de Europa en Viena, o cuando "El Quijote de la selección" hacía el milagro en el minuto 116 de la final del mundial de Sudáfrica. Sin embargo, después de haber vencido también la Eurocopa de 2012, estoy convencidísimo de que, por salud mental y futbolística, España no debe ganar este mundial.
En nuestro país este año, una década después, ha conquistado la competición nacional un equipo diferente a los dos grandes clubes que, por su manifiesta superioridad -y su no escasa prepotencia en ocasiones-, se granjean el odio del resto de la España futbolística, la cual ha animado como nunca durante esta campaña a ese grandioso Atlético de Madrid, hecho a imagen y semejanza de su demiurgo Diego Pablo Simeone. Por idéntica razón, si España se proclamase campeona, el fútbol mundial comenzaría a parecerse peligrosamente a la liga española, con un agravante mayor: mientras que en nuestra liga el título se ha dirimido entre dos grandes escuadras desde hace diez años, a nivel internacional el título habría quedado exclusivamente en manos españolas durante diez años, lo cual -al igual que ha ocurrido en nuestro país- acabaría por minar la vida del fútbol, cuyo aliciente máximo es, recordemos, la incertidumbre de la victoria. ¿O acaso sería el espectáculo grandioso que es si conociéramos de antemano el nombre del vencedor de cada partido?
Por otra parte, pienso en las generaciones infantiles. Al igual que la totalidad de veinteañeros, treintañeros, cuarentañeros e incluso cincuentones no conocían victoria alguna de España antes de 2008 y saboreamos como nunca los primeros títulos de nuestras vidas, las generaciones menores de quince años ¡no conocen la derrota internacional de España en un gran torneo!, y la continuidad del éxito para estas generaciones -y no exclusivamente para estas generaciones- no puede sino conducir a dos caminos, a cual peor: el ensoberbecimiento o la infravolación del mérito.
Por todo ello y porque el fútbol es romanticismo, necesitamos una selección revelación; requerimos de un equipo que sea ejemplo, una selección que crezca desde la humildad y se convierta a lo largo del campeonato en referencia clave para los corazones que buscamos la justicia. Por todo ello pienso en equipos vírgenes de títulos, pero con calidad suficiente para conquistar el mundial a base de trabajo, como Bélgica o Chile: que ganen ellos, o no, pero, sobre todo, por favor, ¡que no venza España!
2. La sabiduría popular acuñó remotamente una sabia sentencia que viene a señalar que para conocer a alguien no hay nada mejor que dotarle de un gran poder. Esta sabia enseñanza no dejaba de rondarme esta mañana cuando mis oídos han tenido que soportar una vez más las palabras de este nuevo líder de la extrema izquierda española, encumbrado por casi todos los medios de comunicación.
El bautizado como Pablo Iglesias -las casualidades nunca vienen solas- sacó finalmente el pasado veinticinco de mayo una cuantía significativa de votos, muy por encima de sus propias previsiones, y el líder de Podemos ha caído en esa burbuja tan característica de los políticos; la única diferencia entre él y el resto de mandamases es el tiempo: mientras el común de los políticos adolece del "mal burbujil"especialmente en el segundo mandato monclovita, en su caso ha llegado escasamente una semana después de ser encumbrado a la cima de la fama.
Sin cumplirse aún las dos semanas de su ascensión a los cielos, al más puro estilo Remedios la Bella, ante un ataque de celos por la premura de Izquierda Unida en presentar una propuesta consultiva sobre la forma de estado, el ya apodado como "Paublemos" ha decidido renunciar a un principio básico de su dizque programa para, de esta forma, seguir siendo carne de telediario, mientras que, ante la pregunta de si el el abdicable Juan Carlos se había puesto en contacto con él, no ha dudado en contestar que tiene varias llamadas perdidas y que desconoce si alguna se corresponde con el jefe del Estado, pero que, de ser así, le invita a mandarle un whatssap y ya él, en un acto de pleitesía, se dignará a ponerse en contacto.
Mis conciudadanos queridos, entiendo que ante el hastío, el desagrado y la corrupción política que hemos sufrido en los últimos años, queramos probar opciones no exploradas, pero, conocido el personaje tras las elecciones europeas, creo que no nos quedan demasiadas dudas de que ni el partido ni el personaje eran los más idóneos: ¿os imagináis acaso en qué condiciones de esquizofrenia podría llegar este ente coletil a la presidencia del gobierno si tras dos semanas de cámaras ya muestra tan altas dosis de ensoberbecimiento?
¡Dios nos coja confesados! Aunque imagino que, llegado el caso, no tendríamos que preocuparnos por ello: seguro que el "demócrata" Paublemos ya le habrá mandado algún whatssap al Altísimo, ¿o empezará a pensar, al más puro estilo Augusto Pérez, que el personaje es más importante que el Creador?
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