Refitolero: Entrometido, curioso.
1. En escasas jornadas se cumplirá la más triste efeméride de la
historia española del siglo XXI con el simbólico décimo aniversario de ese
atentado causante de casi doscientos muertos y más de un millar de heridos y mutilados.
Alegóricamente, a la vista de lo ocurrido inmediatamente después, es fácil
señalar que, a su vez, dicho atentado significó la muerte de España como nación, ya que a resultas de él y como fruto
de la manipulación mediática de esas tristes jornadas, José Luis Rodríguez
Zapatero se erigió en vencedor de las elecciones; este aceptó la legalización
de ETA y pactó con nacionalistas catalanes en aras de gobernar, y a consecuencia
de todo ello -con la anuencia de Mariano Rajoy y el beneplácito de Juan Carlos
I-, los nacionalismos vasco y catalán han contado con una tierra fértil sobre
la que han abonado y extendido entre sus acólitos su odio a España y su saqueo
al resto de comunidades a cambio de una exigua prórroga de sedición, que en el
caso de Cataluña tiene ya incluso fecha el 9 de noviembre.
Aun cuando la gravedad de estos asuntos está fuera de
toda duda, nada es comparable a la barbarie que supuso la pérdida de tantas
vidas inocentes, sacrificadas por intereses políticos. Consumada la masacre,
nada debería preocupar más al pueblo español que indagar sobre la verdad del
asunto y no cejar un solo minuto hasta que el empeño fructificase, pero, donde
el pueblo español demuestra que no es pueblo, sino corral, es en la actitud de
normalidad que adopta una década después tras el gran número de sinrazones y
océanos que bañan la instrucción del mayor atentado de nuestra historia. Por
citar tan solo algunas de estas iniquidades, recordemos que diez años después, el
alcalde de Madrid en las fechas de la masacre, tras unas declaraciones en las que afirmó que “había que
obviar el 11M”, es hoy ministro de justicia; de los cuatro trenes que
explotaron, se dijo en la instrucción, que tan solo quedaba un tornillo, hasta
que unos periodistas de Libertad Digital hallaron un vagón explosionado, tras lo cual
no solo no se reabrió el caso, sino que nunca se volvió a saber de la
existencia de dicho vagón; los “incómodos” periodistas que no cedieron a las
presiones mediáticas y siguieron investigando, tras ser tachados de refiloteros
y tildados de conspiranoicos, o bien tuvieron que dejar su puesto, o bien
tuvieron que abandonar su cadena radiofónica nacional y fundar una nueva radio autonómica,
y lo que tal vez es más flagrante y demuestra hasta qué extremo llega el
aletargamiento del pueblo español: diez años después el juez instructor, Gómez
Bermúdez, concede una entrevista al flamante director de El Mundo y,
tras reconocer que en la instrucción hay importantísimas lagunas y que
desconoce la autoría intelectual del crimen, sigue su vida normal, sintiéndose
una estrella mediática, sin que un dos por ciento de la población demande su
imputación y su inhabilitación inmediata.
Ante este desolador panorama, me pongo en la piel de las
víctimas y me reconozco prácticamente incapaz de soportar tanta indignación
para con mis conciudadanos; me pongo en la piel del juez instructor del caso y
no entiendo cómo puede haber conciencias tan ingrávidas que consigan conciliar
el sueño; me pongo en la piel de los escasísimos periodistas que siguen en
búsqueda incesante de la verdad y siento un gran alivio pensando que, seremos
quijotes incomprendidos, pero que hay personas que con nuestro pequeño granito de
arena seguiremos reclamando la justicia, sin olvidar lo que, para algunos, es
inolvidable.
2. Baltasar Gracián es uno de esos narradores españoles del Siglo de Oro a los que la tradición y la comparación con contemporáneos como Góngora, Lope de Vega o Quevedo han relegado a un inmerecido segundo plano. Este maestro del conceptismo escribió una novela titulada El Criticón que, si bien puede ser un tanto densa de leer, es altamente recomendable, ya que de la mano de Andrenio descubrimos el mundo por primera vez, con una mirada desprovista de prejuicios, de la misma forma que hacemos con El maestro del Prado en materia pictórica. Allí leemos que "el no admirarse procede del saber en los menos, que en los más, del no advertir". Esta afirmación de hace cuatro siglos es perfectamente extrapolable al mundo actual, que, con sus prisas y sus rutinas, termina por alienarnos y por impedirnos ser refiloteros y parar a deleitarnos en la belleza de una plaza o en una sonrisa regalada.
¡No nos dejemos enajenar por la celeridad! ¡Descubramos, estudiemos, disfrutemos y compartamos curiosidad, que es, ni más ni menos, el mejor motor del aprendizaje!