Dipsomanía: Alcoholismo, abuso de bebidas alcohólicas.
1. Dice una reciente previsión metereológica que el verano de 2013 será prácticamente inexistente en nuestro país, el más frío desde el remotísimo 1816, y en virtud de las temperaturas de este casi gélido mayo, no cabe duda de que no parece ir muy desencaminado el infausto pronóstico.
Sin embargo, estos fríos de mayo no son suficientes para que mi cabeza alemana olvide el primer aniversario de ese viaje realizado en estos días del año pasado a una estación llamada Felicidad. Pasado mañana hará un año desde la tan maravillosa como inolvidable ascensión a los cielos de La Clerecía; el domingo hará un año del recital más fructífero y romántico de mi historia, y el próximo lunes volveré a tocar Toledo con el alma y con el pensamiento, añorando retrasar 365 jornadas el calendario para volver a disfrutar, para volver a viajar, para volver a vivir; para volver a Ser.
Induadablemente son días de nostalgia, pero cuando el recuerdo es positivo, siguiendo la filosofía de El Principito y recogiendo las sabias palabras de mi querídisma amiga portuguesa, hay que recordar y sonreír: simplemente dar gracias a la vida por habernos dado tanto y no lamentar haberlo perdido. Si fue así, seguramente fue porque así tenía que ser y porque el futuro nos deparará algo aún mejor, ¿verdad, querida mía?
Así pues, no voy a dejar que la melancolía me enbargue, ni mucho menos me voy a entregar a la dipsomanía. Tan solo sonreiré rememorando momentos, con algo de añoranza, sí, pero, sobre todo, con la seguridad de que toda la felicidad que recibí en el mejor mes de mi vida constituyó la base sobre la que fundé toda mi vida posterior para dar tanto cariño como felicidad obtuve. ¡Gracias, Marie! ¡Gracias, mi confidente favorita!
¡Felicidad!
2. En estas últimas semanas tengo la sensación de que el clásicoTempus fugit es insuficiente para dar cuenta de la vertiginosa velocidad que han tomado todos los frentes abiertos en mi vida; un Tempus volat sería mucho más adecuado en estos últimos tiempos.
Estamos ya a tan solo dos semanas del estreno de La cabeza del dragón; obra en la que los diálogos y el conjunto va fluyendo, a pesar de la flojedad de cantos y coreografía, donde aún queda mucho por mejorar a contrarreloj. Dice mi admirado Miguel que mi problema con la coreografía es debida a cierta inhibición; le doy absolutamente la razón, añadiendo que creo que soy arrítmico por naturaleza, lo cual me hace tener la sensación de que tan solo volviéndome dipsómano por un día podré seguir el ritmo sin ese odiado freno de mano inconsciente del que no me logro desprender en los bailes.
Dios quiera que finalmente todo salga bien; en cualquier caso, creo que lo pasaremos bien seguro, y no debemos olvidar que es el objetivo final: ¡atrevámonos a ser felices!
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