viernes, 29 de noviembre de 2013

DICC.305: ESTÓLIDO

Estólido: Falto de razón y discurso.


  1.  "Me duele España". Esta sentencia garantizó la inmortalidad ensayística e intelectual de Mariano José de Larra, sin duda el español, junto a José de Espronceda, que de forma más genuina siguió los dictámenes del Romanticismo, cantando a "su dios, la libertad" en la Canción del pirata y viviendo una vida al extremo que lo llevó al suicidio con tan solo 28 años.
       Reconociéndome asaz ignorante de la sociología del primer tercio del siglo XIX en que vivió el referido intelectual madrileño no me atrevo a aventurar si compartiría su juicio o no en caso de haber vivido en su tiempo. Sin embargo, no tengo duda alguna de que don Mariano -José de Larra, no confundir con otros infaustos personajes de más aciaga actualidad- no dudaría en compartir mi percepción social y calificaría de estólida a una sociedad que excarcela a sus terroristas, y para enmascarar dicho atentado contra la razón lo enmascara dando la libertad a infinidad de asesinos y violadores que vuelven a sembrar el pánico en las ciudades; no tengo el menor ápice de vacilación de que don Mariano -José de Larra- se escandalizaría al igual que yo viendo que el Fiscal General del Estado habla de "escasa tolerancia" con la exaltación al terrorismo, mientras los conciudadanos de los asesinos siguen saliendo a vitorear su regreso al pueblo; no tengo ninguna duda de que Mariano José, al igual que yo, dos siglos después añadiría un elemento más a su sentencia: "Me duele -y me repele- España".


   2. Divagando sobre las diferencias entre los jóvenes y las personas de cierta edad he recordado el aformismo abuelístico de un profesor que tuve durante el año académico 2007-08, llamado Ángel Berenger, quien, hablándonos de sus nietos, afirmaba con plena rotunidad que eran una especie distinta, pues el cerebro evolucionado y tecnólogico de los pequeños distaba tanto del que poseían las personas de su generación que no podían considerarse miembros de la misma especie.
      Esta afirmación que un lustro después recuerdo como si la hubiese acabado de oír, en su día me pareció una locura excéntrica de un tipo vago -enviaba a sus becarios al 80% de las lecciones que debería impartir él- y progre que cuando bajaba a la tierra de los no endiosados había de hacer algo que se saliese de la norma con el fin de que lo recordásemos.
       Sin embargo, cinco años después y con algo más de experiencia, viendo la percepción de los ancianos sobre el habla y los discursos de los jóvenes,  que tildan de estólidos, hueros y carentes de ética, y analizando los juicios de los jóvenes sobre los ancianos, a los que consideran poco menos que Australopithecus encerrados en su cueva y carentes de sentido para entender la vida actual, no estoy lejos del planteamiento y de la aseveración de ese vago y progre, pero puede que acertado Ángel Berenger, quien tal vez también apuntó certero al señalar a la informática como la responsable de ese salto en la especie, si bien en este punto tengo más dudas, ya que la incomprensión entre jóvenes y ancianos es frecuente lugar común en literaturas y ejemplarios de larga tradición.





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