lunes, 17 de diciembre de 2012

DICC. 249: QUERULANTE

Querulante: Querellante patológico.

   1. El señor Alberto Ruiz Gallardón ha logrado en el año que lleva en el gobierno uno de los acuerdos más absolutos de la democracia al lograr que todos los órganos de la dizque justicia española se pusieran de acuerdo en la huelga que llevaron a cabo la semana pasada y que amenaza con repetirse.
       Dicha huelga se debe como motivo principal, según arguyen jueces, fiscales y abogados, a la imposición de tasas para la justicia. Yo, queridos, no estoy de acuerdo en la derogación radical de dicha tasa, pues pienso que si un querellante recurre por tercera vez debe pagar por ello, pues, de lo contrario, la no penalizción económica de dichos recursos favorece que los procesos se dilaten durante tiempo indefinido, impidiendo el cumplimiento de las penas. Asimismo, soy partidario de que ciertos querulantes acostumbrados a resolver sus disputas -incluso verbales- acudiendo a la justicia, paguen por ello.
   

   2.  Desde la semana pasada he vuelto a frecuentar la hemeroteca de la facultad de Geografía e Historia, habida cuenta de que en la Pontificia me vedaron el paso por tener el carné de la Universidad Púbica caducado. 
         Aquí, sentado en la misma mesa donde hace casi dos años redactaba el diario de prácticas de instituto en esa parte interesante del Fraudimáster, me retrotraigo a aquellos días y me acuerdo de que por aquel entonces rondaba esta facultad un tal Angelica, alumna esquizofrénica del mismo Máster que yo, que puso en jaque a la Universidad por la cobardía institucional para actuar en casos como este.
          Angelica era una querulante excéntrica y enferma que amenzaba a profesores y alumnos en función de las confabulaciones de que ella creía ser víctima. Tanto es así que en menos de seis meses en la ciudad charra llegó a querellarse contra dieciséis personas -que sepamos-, llegando tal vez al culmen cuando denunció a Miguel por intento de agresión sexual. Nos dijeron en el juzgado que intentaban convencerla para que no siguiera denunciando, pero era imposible, pues cuando tenía el más mínimo encontronazo con alguien, no podía reprimir su impulso enfermizo de ir a denunciarlo. Mientras tanto, por supuesto, la Universidad púbica, anuente como si se llamara Juan Carlos o Mariano, seguía dejando pasar los días. Menos mal que, gracias a Dios, en un determinado momento se creyó víctima de todos, pidió la devolución de su dinero y, por pocos días, se evitó que esta chica fuese profesora con título y posibilidad de ejercer.


   
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario