Contrición: Arrepentimiento de una culpa cometida.
1. Mi seguida Rosa Díez reclamaba ayer en el Congreso a Mariano Rajoy su dimisión, pues en el año de desgobierno que está a punto de cumplirse no ha hecho más que obliterar sus promesas electorales y, añado yo, gobernar a golpe de titular.
Cuando un gobierno con mayoría absoluta, señor Mariano Rajoy, es de pitiminí y se alarma ante titulares de medios como El País, ante unos sindicatos radicalizados o ante la tiranía despótica de los nacionalismos, solo me cabe darle la razón a Rosa Díez y afirmar que usted y su gobierno carecen de entidad para gobernar un país, ¿o acaso cree, señor Mariano Rajoy, que le dieron mayoría absoluta para que siguiese con las políticas de acercamiento de presos etarras que el gobierno Zapatero ejecutó? ¿O acaso cree, presidente, que le votaron para que subiera el IRPF por encima de lo que reclamaban los comunistas? ¿O acaso piensa, don Mariano, que muchos votantes de la derecha, que todavá valoran a España como garantía de igualdad, volverán a darle su confianza en las próximas elecciones?
Sinceramente, señor Mariano Rajoy Brey, creo que es usted una buena e íntegra persona, pero no le veo con ninguna capacidad de hacer acto de contrición y cambiar su política; más bien al contrario, mucho me temo que seguirá perpetuando la política del maricomplejismo, buscando el consenso y tapándose los ojos para no ver los problemas, y eso, señor Rajoy, tal vez sea válido en otras circunstancias o en otros países donde no haya una izquierda radical, pero en una nación en descomposición no; por eso, presidente, reclamo como Rosa Díez o como en su tiempo hizo el añorado José María Aznar con Míster X, que se vaya cuanto antes.
2. Queridos míos, ya os he aburrido lo suficiente con la recreación de mi indeleble historia con Marie Solanet; ya os he nombrado en varias ocasiones todos esos momentos dueños de mi nostalgia; ya os he acercado con la palabra todas esas vivencias y sentimientos que todos deberíamos vivir para no ser el "hombre-masa" del que hablaba Ortega. Por ello y por la consideración que os tengo, no desearía seguir con la enumeración o la recreación de esos tiempos dichosos, pero tampoco puedo resisitirme -lo sé, soy un pesado- a hacer una breve mención a que hoy hace seis meses que estábamos viviendo León con la intensidad de la belleza de su catedral bajo la protección de su torre, cuya sombra salvaguardaba el hostal donde se alojaron nuestros sueños la noche del 12 al 13 de junio.
Las ciudades, sin lugar a dudas, quedan imantadas por la calidad y la intensidad de lo vivido en ellas. Ahí es donde se aloja la razón de mi animadversión hacia Madrid y de mi inagotable cariño a León, que, sin lugar a dudas, es a día de hoy -y quién sabe si para siempre- la ciudad del saudade, la ciudad de la complicidad, la ciudad de la belleza y, en definitiva, la ciudad donde Marie Solanet y un servidor confirmamos la excelsitud de nuestra unión.
Siento tan cercano este viaje, merced a las caricias del destino y de la nostalgia, que ahora, seis meses y tantos acontecimientos después, soy capaz de recordar prácticamente cada diálogo desarrollado en cada banco, en cada parque o en cada monumento que contemplaba nuestra complicidad. Este viaje es probablemente el recuerdo más grato que he tenido nunca, el viaje imprevisto y casi espontáneo del que siempre quise disfrutar. Siendo autocrítico, tan solo haría acto de contrición en un aspecto: y es que allí empecé a adelantar verbal y lacrimosamente el momento de la despedida, pero si lo hice, mi querida Marie, no fue sino porque cuando se ama tanto y se está abocado al adiós, al menos para mí, es irreprimible sentir ese maligno sentimiento tan característico que tildo de "nostalgia de futuro".
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